sábado, 24 de diciembre de 2011

Tempo di attesa.

30 minutos. Me encontraba muy cerca de ese lugar, no podía parar de repetirles que no quería estar ahí, que quería marcharme. Ese encuentro que estaba apunto de ocurrir podría destruirme, podría borrarme la sonrisa durante mucho tiempo y no quería estar cerca. Un rato de soledad me vendría bien. O tal vez no. Cerca de 45 minutos sentada en un banco de ninguna parte, aislándome del mundo. Con la música más perfecta que ese momento pudo darme. Infinitas lágrimas con sabor a sal inundaron mis mejillas, y en ese preciso instante, caminando por quién sabe dónde, ella vino a mi cabeza y supe que sería la única que sabría entenderme en ese momento, que sabría darme el abrazo adecuado para tranquilizarme. Caminé camino a su casa y sin saber cómo, en 20 minutos él estaba en su puerta, esperándome. Bajé y me contó cómo había ido todo, cómo ese momento que podría haberme matado me hizo feliz. Y no sentí otra cosa sino el impulso de agarrarme a su brazo intentando trasmitirle la felicidad que recorría cada vena de mi cuerpo. El roce de labios que más feliz me ha hecho en toda mi vida.

No hay comentarios:

Publicar un comentario