miércoles, 1 de abril de 2015

Etérea.

   Esta tarde al sol me salgo, de mí, para verme desde fuera. Mientras suena Bistro Fada se me escapa una sonrisa, entretanto la gente pasea dos pisos por debajo de mis pies y me miran y puedo intuir en cada par de ojos un atisbo de curiosidad de "¿qué le hará ser tan feliz?". Me siento Amelie, soñadora.

   Tengo al alcance de mi mano un puñado de colores para elegir cómo quiero pintar mi vida. Sin embargo, vuelvo a salirme de mí y me acaricio con sutileza, y sin darme cuenta vuelvo a sonreír y dejo caer de lleno mis manos en pintura y salpico mi vida de todos los colores. Y miro todo aquello que mis ojos alcanzan a ver y me siento dentro del impresionismo de Monet, atestada y pletórica de colores chispeantes. Colmada de luces.

   Entonces entiendo que he dejado de caminar por una sinuosa y solitaria carretera. Puedo notar que estoy cruzando la línea de meta, pero que he estado muy equivocada. Cuan gratificante es saber que nunca voy a llegar a conocerme en mi totalidad, que sigo creciendo día a día, que avanzo.

   Y lo que ayer me aterraba de una manera descomunal, no encontrarme, hoy me hace querer explotar de felicidad. No me estanco, no dejo de empaparme de todo cuanto me hace prosperar.

  Tengo ganas de dar(me).

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